Retroceso. Regresión. Volver a tener 15 años. En eso consistió la noche de ayer, porque sí, al final salí, y hasta bien tarde. La cena transcurrió como tantas otras, rodeada de vino tinto y recuerdos compartidos. Como todos los años, la vena cleptómana de Álvaro volvió a sorprenderme, y cuando quise coger el pintalabios del bolso, me topé con una carta del restaurante y un plato de postre. Sí, un floreado plato de postre, que humildemente devolví, fundamentalmente porque me pesaba el bolso lo que no está escrito. Pero algo tienen estas noches de reencuentros que son la mar de especiales. Quizás no debería haber forzado tanto mi poco acostumbrado metabolismo, porque llegó un punto en el que creí morir. Volver a las malas costumbres no es bueno, y todo por culpa de Pablo, que encima me dejó más tirada que una colilla (esta no te la perdono).

Hoy ha sido día de resaca por excelencia, y mañana lo será de cocina. Pavo relleno para los señores que me acompañarán el lunes en nuestra velada coruñesa. Lo mejor de cada casa.

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